"Amor mío, amor mío.

Y la palabra suena en el vacío. Y se está solo".

Vicente Aleixandre.

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viernes, 30 de noviembre de 2012

Del amor a la soledad, y de la soledad… ¿a dónde?


Hay veces en las que, casi sin querer, acabas junto a personas que te dan seguridad, pero la realidad es que es un amparo falso, ofrecido a cambio de miedo, incomprensión e intransigencia. Reconozco que entonces yo necesitaba sentirme segura y protegida, en cierta forma es algo humano, al igual que amar, pero ¿por qué unir ambas sensaciones? Tal vez así, el miedo, la incomprensión y la intransigencia dejen de ser un camino en la vida, en el que, tarde o temprano, la respuesta sea el dolor.

Hace ya mucho tiempo, "un buen día" conocí a alguien, y me dejé arrastrar desde la soledad hasta el amor incondicional. Dejé de darle vueltas a las cosas y a la vida, dejé de buscar respuestas pues me sentía “feliz”. Me encontraba llena de un aroma que se infiltraba por mi interior tapando grietas, llenado huecos y ahuyentando miedos. No necesitaba más porque amaba.

Pero en el amor se vive en una burbuja, que se frota y se araña contra la vida, que se rodea, algunas veces, de debilidad humana. También, en ocasiones, te vuelve frágil y dependiente. Ese tipo de amor, a la larga (y también a la corta), lastima y duele. Te adentra en el camino de la distancia con el resto del mundo, sumiendo tu vida en un aparente olvido... Y es en esa distancia donde una se acostumbra a su única compañía. Luego, con el tiempo, pensar si alguien te amó de verdad cuando los arañazos están ahí, es inevitable y me da cierto pudor confesarlo.

Pese a todo, creo en las personas, reconozco las debilidades de los demás porque yo misma las poseo, pero me he visto llorar en el espejo, he visto mis lágrimas cayendo por las comisuras de unos labios que un día expresaron  amor.

Después de ese tiempo, no sé por qué, pero parece que he acabado sentada, casi acomodada, en la soledad. Me he acostumbrado a depender de mí misma, a no temer ya que alguien llegue a mi vida y que un día se vaya de mi lado, a la comodidad de estar rodeada de gente y retirarme a mi mundo cuando me apetezca. Incluso he llegado a encontrar cierta paz interior en la que, por fin, consigo escuchar mis propios pensamientos. Y es que, a pesar de todo, he conseguido a un tiempo, salir al mundo y vivir mi “soledad”.


viernes, 9 de noviembre de 2012

En el curso de los sueños


En mi juventud, a veces, me podía la sensación de que el tiempo no pasaba y parecía detenerse la aguja del reloj, estancada, bailando en el mismo lugar en un vaivén eterno. En las tardes de otoño, como ésta, solía perder mi vista en los enormes sauces de un parque cercano. Me imaginaba que estaban vivos, que se movían con una formidable majestuosidad, y exponían al mundo sus hermosas hojas verdes, casi marrones ya. Y todo era tan real que la vida alrededor llegaba a ser casi plana. Las mismas personas, la misma música, los mismos programas de televisión, los mismos errores cometidos. Todo parecía morir para volver a nacer al instante siguiente de una manera parecida si no peor.

Como parte de este mundo, avanzaba por las calles mirando a los demás como si no fueran de mi misma especie, no podía hablar con ellos, no podía escucharles, no podía sentirles cerca. Me paré, me sentía incapaz de reconocerme. Toda mi vida reducida a tres pasos: del trabajo al sofá, del sofá a la cama y de la cama al trabajo. Me cansé de gritar palabras de rabia en mi contra, fragmentos sonoros que sonaban distorsionados, que pretendía fueran golpes encubiertos a mi propia línea de flotación, para ver si así reaccionaba. Mi cuerpo temblaba, sudaba, me imploraba. Me prometí dejarlo, me lo he prometido mil veces… 

En este punto de mi vida en el que me encuentro ahora, necesito un poco de fantasía, alguna historia maravillosa. Quiero volar, respirar bajo el agua, hacer el amor con un hermoso príncipe azul que mate dragones enormes para mí. Sin embargo, a medida que crecemos nuestra felicidad parece ir disminuyendo, no quiero imaginar que me deparará la vida cuando sea mayor, más mayor. Dicen que nuestra vida es en gran medida, como nosotros decidimos que sea, pero por más que lo intento, no recuerdo haber decidido nada de esto que me rodea. Necesito un poco de ficción, quiero viajar a lugares remotos y desconocidos, quiero ver gente extraña, mundos maravillosos. ¿Por qué todo tiene que ser tan terrenal, tan común, tan poco imaginativo?

Sueño, y en mi sueño, el mundo vuelve a tener color, las personas son maravillosas y ahora me siento una más en este maravilloso lugar. Por fin vuelvo a ser yo misma. Estuve viajando, viaje años luz hacia lugares desconocidos, llenos de indescriptibles formas, podía volar y gritar tan fuerte que hasta los mismísimos cimientos temblaban con el poder de mi voz. Hacia el amor con hermosos caballeros que batallaban con enormes gigantes. Mi mundo, en mi sueño, parecía perfecto…

La perfección tiene un precio, nada es gratis es este mundo, ni siquiera en el de los sueños, pero lo más importante es que estoy aprendido a vivir a mi manera, a aceptarme como soy y aceptar a los demás, ignorando en lo posible los caprichos de una sociedad que se mueve al ritmo que le imponen. Pero, pese a todo, no he cesado mi búsqueda de lo fantástico, sé que hay mucha magia en este mundo, la magia del amor, de la naturaleza, de la creatividad… nunca dejaré de buscarla y cuando la encuentre, sé que podré ser feliz, mientras tanto todo sigue su curso, y me gusta... 



jueves, 1 de noviembre de 2012

La imagen poseedora de mis letras


Estoy despertando de un sueño.... en donde tardar en despertar es un privilegio, en donde dejar de soñar es una condena. Han venido a verme las musas, dueñas de estos sueños, las pasajeras predilectas en este vagón de amor sin correspondencia en el que viajo desde hace un tiempo. Han llegado y se han convertido en compañeras que trazan la huella en mi sendero, en el camino de esta mujer errante que no logra descifrar el mensaje que alguna vez dejaron en su almohada blanca, compartiendo ahora sollozos y silencios...

Se presentó ante mí la imagen poseedora de mis letras, de mi sentir más austero, y de mi fantasía más sublime. Ellas son ahora: amantes y amigas, cielo y tierra, el todo y la nada. Me esperan cada madrugada con la conciencia tan limpia como dedicada, con las manos sudorosas de ausencias y con la piel erizada de emoción. No sé el motivo, pero decidieron atravesar el océano para asistir a un encuentro sin invitación con tantas palabras como miradas y recuerdos...

Al verlas, reconozco, que mi corazón se arrebató de emoción, corrió fuera de mi donde estaban ellas, mis pupilas se adecuaron a su imagen, mis pasos se ajustaron con disimulo para no dejar ver la ansiedad que me recorría el cuerpo, mis mejillas sonrojadas dejaban claro que toda yo estaba emocionalmente feliz.

Qué decir de cómo fue levantarse aquella primera madrugada, después de reconocerme y de reconocerlas, de poder compartir con vosotros lectores, lo maravilloso que es sentirse bendecida por la cercanía de sus manos, por el susurro de ese abrazo único, por esos momentos de tanto placer creativo, por la ternura imposible de dibujar en palabras las texturas que abrigan la piel.

Detenida, recorriendo con la mente lo que me quedaba en la imaginación, cabalgué junto a ellas por las llanuras de la piel, cómo decirles que en el fondo las sentí siempre, que las anhele con el rigor que extraña todo lo cálido que sus siluetas emanan. Que me negué a beber de otros labios, que no podía con esta infernal ausencia.

Confieso que sus miradas me hicieron algo tímida, que si cerraba los ojos los nervios jugaban con mi ansiedad. Que a solas mi piel se erizaba, que las ansias me comían por dentro al pensar en escalar sus mejillas con palabras en las yemas de mis dedos, en silencio, sintiendo los latidos de mi corazón, sabiendo a ciencia cierta que me quemaban las ganas una y otra vez, sin reparos, sin condiciones... Por sentir la fragancia de sus cuerpos etéreos, por acariciar con dulzura la sed de su piel y su verbo. Por saberme mujer. 

No hubo nada más, nada. La inocencia, la imprudencia, la verdad.... ahí a merced nuestro, a disposición de lo que ellas quisieran hacerme crear, a merced de unos sentimientos puestos en fila, de tantas promesas sin cumplir todavía. Frente a frente, mis musas y yo, la osadía del deseo que al fin ocupo su lugar, el delirio impuesto a su tiempo, la cadencia y las miradas puestas en el orden exacto.

Al fin, aquí sigo, intentado expresar la magia de su presencia, la sensatez y la bondad que me ofrecen, queriendo, como cada madrugada, acercar mi vida a vuestras vidas. Gracias por estar ahí.