"Amor mío, amor mío.

Y la palabra suena en el vacío. Y se está solo".

Vicente Aleixandre.

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lunes, 28 de enero de 2013

Tal como hoy, pero bajo otro cielo


Recuerdo que eran como las ocho de la mañana y con una alegría poco común en mí, le pedí al camarero un café cortado y un croissant. Tomé el periódico y me puse a ojearlo tranquilamente, todo lo que pasaba en el mundo era "relativamente" normal, nada que pudiera sorprenderme más de lo habitual.
    
De pronto, mis ojos se pusieron a llorar, así sin motivo aparente. Sola y en medio del salón, rodeada de ancianos que dormitaban en los rincones, de eternos madrugadores de “sol y sombra” y humeante puro, lloré sin sentido ni razón justificable. Sé que aquel fue un sentimiento abrumador. Que me invadió una repentina nostalgia, que una extraña sensación de soledad me inundó, e hizo que me temblara el cuerpo y el alma, desbordándome en un peculiar estado de ánimo que no llegaba a entender. Fue como caer en un abismo sin fondo, así, de repente, sin previo aviso.

Ahora, cuando recuerdo aquella mañana, cuando revivo mentalmente aquella angustia, soy plenamente consciente de los motivos que llevaron a mi mente a ese estado casi catatónico. Hoy, con el paso de los años, apenas si puedo recordar tu rostro, ya no sé si lo que guarda mi memoria es la realidad de tu mirada o una extraña fantasía que he creado y perfeccionado día tras día, año tras año. Ya no sé si después de tanto pensarte y modificarte, tal vez no seas ni parecido a la fotografía mental que de vez en cuando vuelve a mi cabeza.

Y sé, que como todo en la vida, el tiempo terminará difuminando la luz de tu mirada en mi memoria, que sólo en aquellas tardes de lluvia, como esta tarde, te acercarás a mi mente y tus ojos me traerán recuerdos y nostalgias. Será tal como hoy, pero bajo otro cielo, ese en el que las noches no se acaban cuando sale el sol, ese en el que son capaces de existir amores imposibles, casi platónicos, y sonrisas de ala ancha al borde de la luna. No me juzgues, entonces era mucho más joven.

sábado, 26 de enero de 2013

Despues del amor - Vicente Aleixandre












Tendida tú aquí, en la penumbra del cuarto,
como el silencio que queda después del amor,
yo asciendo levemente desde el fondo de mi reposo
hasta tus bordes, tenues, apagados, que dulces existen.
Y con mi mano repaso las lindes delicadas de tu vivir retraído.
Y siento la musical, callada verdad de tu cuerpo, que hace
un instante, en desorden, como lumbre cantaba.
El reposo consiente a la masa que perdió por el amor su forma continua,
para despegar hacia arriba con la voraz irregularidad de la llama,
convertirse otra vez en el cuerpo veraz que en sus límites se rehace.
Tocando esos bordes, sedosos, indemnes, tibios, delicadamente desnudos,
se sabe que la amada persiste en su vida.
Momentánea destrucción el amor, combustión que amenaza
al puro ser que amamos, al que nuestro fuego vulnera,
sólo cuando desprendidos de sus lumbres deshechas
la miramos, reconocemos perfecta, cuajada, reciente la vida,
la silenciosa y cálida vida que desde su dulce exterioridad nos llamaba.
He aquí el perfecto vaso del amor que, colmado,
opulento de su sangre serena, dorado reluce.
He aquí los senos, el vientre, su redondo muslo, su acabado pie,
y arriba los hombros, el cuello de suave pluma reciente,
la mejilla no quemada, no ardida, cándida en su rosa nacido,
y la frente donde habita el pensamiento diario de nuestro amor, que allí lúcido vela.
En medio, sellando el rostro nítido que la tarde amarilla caldea sin celo,
está la boca fina, rasgada, pura en las luces.
Oh temerosa llave del recinto del fuego.
Rozo tu delicada piel con estos dedos que temen y saben,
mientras pongo mi boca sobre tu cabellera apagada.

sábado, 19 de enero de 2013

Sin perder de vista la causa


A veces tenemos que sacar la rabia que llevamos dentro, cómo sea, pero echarla fuera. Necesitamos demostrar que sigue corriendo sangre por nuestras venas, que pese al sufrimiento diario y las necesidades pasadas, a las ausencias, los recuerdos y el cotidiano afán, que aun contando con las caricias presentes y futuras, todavía tenemos ese puntito de rabia contra lo que no comprendemos, contra lo que sentimos injusto, contra lo no deseado…

Y es esta rabia, unas veces incontrolada y otras fábrica de tantas lágrimas, la razón por la que seguimos vivos, el motivo por el que seguimos alerta, quizá también el porqué de nuestra lucha diaria. Y la tomamos con todo aquel al que creemos culpable, da igual si es o no de nuestro entorno, si pertenece a nuestras más legitimas creencias o dejamos de creer en él hace años. Se convierte en el objeto de nuestra indignación con o sin razón para ello.

También es verdad que a veces nos abandonaríamos ante lo incomprensible, es cierto que muchas veces deseamos tirar todo por la borda, pero no lo es menos que seguimos teniendo siempre alguien por quien luchar, aunque a veces no nos sintamos correspondidos o no encontremos suficientes motivos para hacerlo. Si en algo debemos diferenciarnos, es en la capacidad de hacer las cosas porque son justas, aunque no haya recompensa.

No se trata de emplear todas nuestras fuerzas en las causas perdidas del mundo, sino más bien de todo lo contrario, emplear nuestro mundo sin perder de vista la causa.

lunes, 7 de enero de 2013

Pensamientos de una mañana




Ahí estoy yo. Soy esa que está sentada frente al balcón de su casa. Estoy en una butaca, un sillón de esos orejeros, mirando hacia la luz con los ojos entornados, y pensando en todo lo que viví en el pasado y lo que vivo en el presente. Aunque acabamos de estrenar el invierno hace un día luminoso y el sol me entrega toda su tibieza sobre en el rostro, agradecida recito una especie de oración interior con gesto de placer. Son más de las doce del mediodía, tengo una copa de Rioja en la mano y unos frutos secos sobre una mesita junto a la butaca, no tengo prisa, hoy tengo todo el tiempo del mundo.

Con el sabor intenso del vino en mi boca, pienso con serenidad en mí, en cómo me encuentro ahora, en si estará escrito mi destino en algún tipo de registro, en mis ratos, pocos, como el de ahora, esos momentos en los que soy capaz de parar el mundo que hay a mi alrededor y sosegar mis pensamientos. Pienso también en mi futuro más próximo, pero no como si estuviera revisando mi agenda, sino más bien como forma de procesar lo bueno y malo que en él pudiera haber, una especie de balance previo. De la calle, se cuela el bullicio que hay a estas horas, aunque en realidad está muy lejos de mis pensamientos y apenas percibo un ligero ruido de fondo, monótono y casi mecánico, parecido a una máquina que nunca descansara.


Ahora dejo volar mi mente. Siguiendo el hilo de mis pensamientos me traslado a aquellas mañanas en casa de mis padres, en la que la vista era un hermoso jardín rodeado de árboles que a nosotras nos parecía que trataban de llegar al cielo. Pero sobre todo, recuerdo, unos eucaliptos gigantes que se mecían en el horizonte, acunados por aquel viento siempre presente, yo los miraba y sentía como ellos escuchaban mi silencio. Con la vista fija en el horizonte todo acababa desenfocándose, y los árboles y yo nos hacíamos efímeros y partícipes de una liturgia común. Aquellas mañanas habían sido reveladoras de la certeza del paraíso que se esconde a veces en la soledad. 

También recuerdo algunas noches, que fueron la expresión más sencilla de la felicidad, cuando me tumbaba junto a mi hermana en el jardín a mirar las estrellas y conversar durante horas sobre las constelaciones, sobre los sueños que viajaban por el océano de aquella oscuridad infinita.

De regreso al aquí, sigo frente al balcón con mi copa en la mano, es como una pequeña parada en el ahora para comprobar la realidad antes de que mi mente me devuelva al pasado, al instante en que entré en esta casa por primera vez. No sé los motivos por los que algo o alguien participa de tu destino, en una especie de movimiento del orden matemático, y cómo eso me condujo hasta aquí, cómo en una tarde sin historia, acabé visitando esta casa que en pocos días se convertiría en parte de mi vida. Y es que, aunque desconozco las verdaderas estrategias por las que el devenir me ha colocado en esta suerte, pienso, ilusa de mí, que tal vez me serán desveladas en un futuro cercano.

Este recuerdo tan próximo me hace meditar sobre la nostalgia que parece preñar estas reflexiones, siento cierta melancolía de una pureza cristalina, e imagino un estanque de aguas claras en el que se mecen estos momentos de plenitud mientras yo me sumerjo junto a ellos. De alguna forma, disfruto imaginando que en algún lugar hay algo, un hecho significativo con el poder suficiente para acercarme a mi propio entendimiento.

Por eso, construir historias con recuerdos se ha convertido en uno de mis pasatiempos favoritos, en ellas soy capaz de viajar a mis mundos, y para mí son tan reales que los puedo tocar con la libertad de ser mi propia alquimista. Ahora, desde mi sillón, con los ojos entornados todavía y saboreando el último sorbo de mi copa de vino, me vienen a la memoria unas palabras del poeta romántico John Keats que dejo como epílogo a esta mañana cálida de invierno que he pasado junto a mí misma.

“La belleza es verdad y la verdad belleza… Nada más se sabe en esta tierra y nada más hace falta.”