Recuerdo
que eran como las ocho de la mañana y con una alegría poco común en mí, le pedí
al camarero un café cortado y un croissant. Tomé el periódico y me puse a ojearlo
tranquilamente, todo lo que pasaba en el mundo era "relativamente"
normal, nada que pudiera sorprenderme más de lo habitual.
De
pronto, mis ojos se pusieron a llorar, así sin motivo aparente. Sola y en medio
del salón, rodeada de ancianos que dormitaban en los rincones, de eternos
madrugadores de “sol y sombra” y humeante puro, lloré sin sentido ni razón
justificable. Sé que aquel fue un sentimiento abrumador. Que me invadió una repentina
nostalgia, que una extraña sensación de soledad me inundó, e hizo que me temblara
el cuerpo y el alma, desbordándome en un peculiar estado de ánimo que no llegaba
a entender. Fue como caer en un abismo sin fondo, así, de repente, sin previo
aviso.
Ahora,
cuando recuerdo aquella mañana, cuando revivo mentalmente aquella angustia, soy
plenamente consciente de los motivos que llevaron a mi mente a ese estado casi
catatónico. Hoy, con el paso de los años, apenas si puedo recordar tu rostro,
ya no sé si lo que guarda mi memoria es la realidad de tu mirada o una extraña
fantasía que he creado y perfeccionado día tras día, año tras año. Ya no sé si
después de tanto pensarte y modificarte, tal vez no seas ni parecido a la
fotografía mental que de vez en cuando vuelve a mi cabeza.
Y
sé, que como todo en la vida, el tiempo terminará difuminando la luz de tu
mirada en mi memoria, que sólo en aquellas tardes de lluvia, como esta tarde,
te acercarás a mi mente y tus ojos me traerán recuerdos y nostalgias. Será tal
como hoy, pero bajo otro cielo, ese en el que las noches no se acaban cuando
sale el sol, ese en el que son capaces de existir amores imposibles, casi
platónicos, y sonrisas de ala ancha al borde de la luna. No me juzgues, entonces
era mucho más joven.