Cada segundo marcado por el reloj lo he vivido con constancia y desafíos impuestos por mi gusto de ser siempre auto exigente, y es así como había avanzado sin perder el paso hasta ahora a lo largo del camino. Ha sido así como me he transformado en una mujer que sin dejar de sentir lo intenso de cada momento se acostumbró a que estos suelen ir depositando confianzas y reforzando los sentidos.
En esta ocasión se presentó una de aquellas ocasiones en que no me era fácil de comprender el por qué o para qué de una prueba que me pusiera cuesta arriba las ilusiones, pero la vida se presentaba ante mi con dos alternativas: o me dejaba vencer o me levantaba alzando la mirada y la voz para pedir una mano con urgencia y sin miramientos. Ahí estaba yo, desde esta distancia cercana que me había creado; aprendiendo a sostenerme fuertemente de la mano de quién se supone siempre había estado a mi lado, y comprender que sea como sea, en lo bueno y en lo malo, habría de estar también para aliviar mi carga y sustentar con amor uno de mis fracasos...
Cegada yo, y lúcido él, se volvió mi ángel, en cierto modo por obligación de mi parte, de manera que cada día y de diversas formas me comenzó a esclarecer el mundo para dejarme ver cómo es. Atento, claro, dispuesto y honesto, él era de repente, la conjugación de mis sueños y mis realidades. Una vida con un presente sólido e ineludible, pudiendo detenerme así, en aquello significativo que llegaba con su propia inquietud de compañero errante, de tal manera que no dejarme ningún segundo sola era su compromiso.
Y entonces, la sensatez retornada a mi mundo, me muestra cómo es que él es esa vida irrepetible que llega para ser vivida con orgullo y humildad, por qué sin saber cómo, es capaz de lograr de mí entrega y apoyo, y sin mediar permiso alguno, hace en consecuencia lo que es el verdadero amor. Cómo ha hecho lo contrario cuando le he pedido que se marche y lo acepto. Cómo es que ha dictado sentencia con prudencia y generosidad, hasta el punto de que no sé hacer otra cosa que agradecer a los dioses y a la vida su presencia, por qué sigo sin entender hasta donde llega el amor disfrazado de caricia que me sutura las heridas, con la simple condición de estar a mi lado en este momento de mi vida. Por qué sin él, la batalla seguramente la hubiese perdido...
Nada más puedo decir.
Nada más puedo decir.
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