Alguien dijo que la vida no está para entenderla sino para vivirla. Y hoy me siento discípula de estas palabras, no puedo permitir el perderme ni un solo segundo de su legado, no voy a perderme siquiera en su lado malo (que seguro lo tiene), pero ese lado es mi superación, es lo que me invita a renacer con más fuerza cuando parece que muere todo. Y es por eso que cuando las cosas se dirigen hacia la oscuridad, un ápice de mi esperanza y de mi coraje brota de nuevo desafiando a las circunstancias.
No vale el lamentarnos de nuestras desgracias, no vale el culpar al destino de nuestras desdichas, yo no creo en él, pues creo que el destino lo labramos nosotros a diario, con nuestras decisiones, nuestras equivocaciones y nuestra inteligencia. Es por ello que me siento completamente dueña de mi vida, juez y verdugo de cada paso que doy y solo yo elijo y dirijo. Solo yo marco las pautas o acelero...
Hoy siento la vida enorme, grandiosa, sublime, poderosa. Y es porque nunca le había prestado tanta atención como ahora, tan sólo su poder no me gusta, pues he de ser consciente de que todo te lo da y también todo te lo quita en un instante. Lo único que podemos hacer es armarnos de valor y mostrar lo que sentimos a cada momento, pues puede que no haya tiempo y ese abrazo amigo, ese beso o ese te quiero nunca se vuelva a repetir.
El tiempo no se detiene, así que, ¿por qué nosotros deberíamos hacerlo? ¿Por qué no abrir la caja de Pandora y dejar que todo nuestro ser se muestre tal y cómo es? Nos perdemos tanto. Nos equivocamos tanto cuando reprimimos nuestros actos y nuestras palabras. Vivimos tan poco, que cuando nos vayamos no quedará casi nada de nosotros si no lo hemos legado anteriormente a otro ser.
No es suficiente con donar los órganos para que otros puedan vivir, también es importante donar esos momentos que recordar, es otra forma de seguir viviendo en los corazones de los demás e irte con la convicción de que has llenado un poquito sus vidas.
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