Tal vez nunca
encontremos aquellas cosas que se han perdido. Tal vez hasta su nombre
olvidemos, sus colores y la sensación que nos producía, porque otras cosas sustituyen
su ausencia, porque otras cosas nos provocan risa, a veces llanto, un poco de
vida sin más. Pero lo más importante, tal vez sea, que a pesar de todo, siempre
intentamos recrear el sueño a la luz del día a pesar del olvido en la oscuridad
de la noche.
El amor no se olvida
ni se apaga jamás, siempre renace, a cada instante, con cada soplo de aire que
se escapa en un suspiro, siempre renacerá, aun cuando no haya lugar, aun cuando
no haya un horizonte cercano, aun cuando, cansados bajo el peso de la tarde,
nos entreguemos a oír el canto de los pájaros, entonces resurgirá del corazón
un latido especial, un latido que no es igual a otros, un latido que después de
todo es una nota del alma, inigualable, indescifrable y luminosa, un latido de
amor.
A partir de él, el
mundo tiene un nuevo color, una nueva fragancia que destila olor a flores
frescas de campos verdes y jardines en flor, porque algo cambia cada vez que la
angustia deja su lugar por un momento y es lentamente reemplazada por la
sensación de plenitud que sólo se alcanza empezando a perdonar y a perdonarse,
cuando comprendemos que a pesar de no tener palabras para llamar a lo que no
está, todavía podemos acelerar el corazón con la tibieza de una melodía, la que
a lo mejor nos conduce a encontrarnos con nosotros mismos y allí dejar en un
abrazo sincero la amistad y la sinceridad, la comprensión y la verdad.
El cielo que vemos
hoy es el mismo que brilló hace miles de años y sin embargo no es igual, porque
los ojos que lo ven siempre son nuevos y la mirada que recorre los espacios
refleja en cada cosa algo de sí misma, porque el puente trazado no parte de las
cosas, sino que nace en el corazón y busca su destino entre luces y sombras,
entre lo que se ve y lo que no se ve.
Los momentos pasan
siempre y solo nos queda la sensación de haber tenido y ya no tener, porque
somos plenos cuando estamos frente a las cosas que tocamos, que miramos, que
amamos. Luego, como la arena se escapa entre los dedos, así se nos van los
momentos quedándonos con la esperanza de volver a atrapar el instante en que
por una norma no escrita de la vida misma nos tocó ser felices.
No hay que apenarse
por lo que se va, aun cuando la tristeza lance bocanadas de aire ardiente sobre
nosotros mismos y seamos poco más que nada en ese momento, algo así no nos debe
consumir, algo así es un canto que la vida a veces suele cantar, después vienen
los tiempos felices y las ausencias se llenan de recuerdos, y los recuerdos nos
hacen buscar aquellas cosas nuevas para volver a empezar.
El amor no se muere
nunca ni se apaga jamás, detrás de cada paso dejamos algo que nos puede volver
a atrapar, y enfrente de cada camino siempre habrá, para alguien más, un nuevo
lugar.
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