
El amor no se olvida
ni se apaga jamás, siempre renace, a cada instante, con cada soplo de aire que
se escapa en un suspiro, siempre renacerá, aun cuando no haya lugar, aun cuando
no haya un horizonte cercano, aun cuando, cansados bajo el peso de la tarde,
nos entreguemos a oír el canto de los pájaros, entonces resurgirá del corazón
un latido especial, un latido que no es igual a otros, un latido que después de
todo es una nota del alma, inigualable, indescifrable y luminosa, un latido de
amor.

El cielo que vemos
hoy es el mismo que brilló hace miles de años y sin embargo no es igual, porque
los ojos que lo ven siempre son nuevos y la mirada que recorre los espacios
refleja en cada cosa algo de sí misma, porque el puente trazado no parte de las
cosas, sino que nace en el corazón y busca su destino entre luces y sombras,
entre lo que se ve y lo que no se ve.

No hay que apenarse
por lo que se va, aun cuando la tristeza lance bocanadas de aire ardiente sobre
nosotros mismos y seamos poco más que nada en ese momento, algo así no nos debe
consumir, algo así es un canto que la vida a veces suele cantar, después vienen
los tiempos felices y las ausencias se llenan de recuerdos, y los recuerdos nos
hacen buscar aquellas cosas nuevas para volver a empezar.
El amor no se muere
nunca ni se apaga jamás, detrás de cada paso dejamos algo que nos puede volver
a atrapar, y enfrente de cada camino siempre habrá, para alguien más, un nuevo
lugar.
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